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Estatua de filósofo, quizás Plutarco (Museo arqueológico de Delfos, Grecia) |
Después de haber servido con todos los honores y valor en una serie de campañas, y de servir en Hispania como tribuno militar antes de probar la amargura de los juegos políticos en los que Roma andaba enfrascada por aquel entonces, Sertorio sirvió de procónsul de Hispania. La política romana y sus distintas facciones hicieron mella en él y se implicó en una desastrosa defensa de la provincia contras las fuerzas de Sulla, el hombre que, fueran cuales fuesen las razones que lo motivaban, siempre coartaba sus ambiciones. Cónsul de Roma en dos ocasiones y luego su dictador, Sulla fue un brillante general y político que inició el final de la República romana; más tarde, como no podía ser de otro modo, fue objeto de admiración por parte de Maquiavelo. Sertorio obró acertadamente y se retiró del norte de África, no sin antes asediar la ciudad de Tingis (Tánger) en su campaña de Mauritania, despertando así la profunda admiración del pueblo de Lusitania (Portugal).
Después de una desastrosa e inusual campaña, en el que se vio obligado a lanzar un ataque desde el mar, Sertorio sobrevivió a una violenta tormenta hasta desembarcar en las inmediaciones de la desembocadura del río Baetis (actualmente el río Guadalquivir, que atraviesa Sevilla). Allí conoció a unos marineros que le dijeron que acababan de regresar de las islas gemelas del Atlántico que estaban situadas a unos 2000 kilómetros de la costa africana. Las islas estaban separadas entre sí por un estrecho canal y se las conocía como las islas de los Benditos. En ese lugar apenas llovía, la tierra era fértil y abundaban las frutas delicadas que crecían sin esfuerzo. El clima era moderado, el aire agradable y las brisas suaves. Los marineros se mostraron convencidos de que eran los Campos Elíseos de Homero.
Cansado por la batalla, y después de sobrevivir a un inminente naufrágio y la traición de Roma, Sertorio vivió durante un tiempo obsesionado con esas islas. Pero pronto centró sus prioridades en la necesidad de levantar la moral de sus soldados, y finalmente nunca zarpó hacia las islas de los Benditos.
La isla de las Siete Ciudades está vinculada a las leyendas portuguesas y españolas. Según cuentan, la isla estaba ocupada por el arzobispo de Oporto y seis obispos, junto con un grupo de cristianos devotos, su ganado y otras pertenencias, que había huído de la invasión árabe de la península Ibérica en el siglo VIII. También se cuenta que los refugiados enterraron y quemaron sus embarcaciones para asegurarse de que no volverían a casa y que nadie los identificaría. El arzobispo y cada uno de los obispos fundaron una ciudad y toda la isla se convirtió en un Estado utópico pacífico y disciplinado. Las islas Benditas de los antiguos se habían transformado en la isla de las Siete Ciudades. Muchos de estos lugares legendarios cambiaron de nombre a medida que las leyendas se iban enrevesando o reconstruyendo, y con el paso del tiempo también modificaron su ubicación que siempre eran esquivas y peligrosamente próxima a ese lugar que en los mapas antiguos se conoce simplemente como Terra Incognita.
Mapamundi de Johannes Ruysch de 1507 se basa en el trabajo de Estrabón, aunque incluye los
descubrimientos de Cristobal Colón y John Cabot en Terranova (y Cuba) conectados a Asia.
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Carta de Navegación de Pizzigano (Biblioteca Nazionale de Parma) |
Los reflejos del oro ejercieron su habitual poder y sedujeron a los Conquistadores para viajar hasta el norte de México a través de la ruta yerma de la Jornada del Muerto, que se extiende a unos 160 kilómetros desde México hasta la región norte de Nuevo México a través del desierto y un extenso y antiguo terreno de lava. La ruta está flanqueada por el este por las montañas Oscura y San Andreas y por el oeste por la cordillera de Fray Cristobal y las montañas Caballo. Lejos de encontrar las Siete Ciudades de Cíbola, dieron con los pueblos de los apacibles agricultores de Pueblo, y en vez de ciudades de oro, se encontraron con la bella arquitectura de adobe de la región.

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Fuente: ATLAS DE TIERRAS LEGENDARIAS (Reinos fantásticos, islas fantasmas, continentes perdidos y otros mundos míticos) - Judith A. Mcleod.
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