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domingo, 10 de agosto de 2014

· EL SUEÑO DE EL DORADO ·

Aunque las creencias religiosas firmemente arraigadas o la búsqueda del Paraíso terrenal eran el motivo principal de muchas de las exploraciones emprendidas en la Edad Media, en el siglo XV los sueños de riquezas más allá de lo inconcebible, unido a la conquista de otros territorios, pasó a ser la motivación primordial. El Dorado se convirtió en el símbolo de todas estas búsquedas del esquivo tesoro y su nombre entró a formar parte de la memoria popular para siempre.

La leyenda de El Dorado se inició con el explorador español Gonzalo Jiménez de Quesada y su descubrimiento en 1537 de la nación muisca en las actuales tierras altas de Colombia. La leyenda de un rey dorado empezó a circular en Quito, la recién conquistada ciudad del Ecuador. Dicha leyenda empezó a mezclarse con otras, así que al final no solo hubo un rey dorado, sino también una ciudad dorada.

El Rey Dorado, por no hablar de la Ciudad Dorada, existió en realidad. Un siglo después del descubrimiento de la nación muisca, en 1638, se publicó la novela más importante de la colonia de Colombia, la crónica de El Carnero, obra del americano Juan Rodríguez Freile (Freyle). Era una novela de corte histórico y se refería a la conquista española, al primer siglo del Nuevo Reino de Granada, y a la fundación de Bogotá en 1538. Freile describió con sumo detalle una ceremonia religiosa celebrada durante el nombramiento de un nuevo dirigente de los muisca. El rey-sacerdote se sometió a un ruto de iniciación, parecido en ciertos sentidos a la de los chamanes, retirándose en una cueva, y absteniéndose de mujeres y de sal para vivir en la oscuridad.

Después de un periodo de contemplación lejos del mundanal ruido, el primer viaje del nuevo sacerdote-rey hacia la luz era al lago Guatavita (cerca de la actual Bogotá) para hacer ofrendas a su dios. Se construía una embarcación decorada con arbustos.

Cuatro braseros con incienso ardían a bordo, y el humo se mezclaba con el de los braseros -también de incienso- que había en la costa. Una muchedumbre de hombres y mujeres vestidos con sus mejores galas subían a la embarcación y colocaban pilas de oro y esmeraldas a los pies del rey, y cubrían su cuerpo de un barro que luego se adornaba con polvo de oro. Cuatro sacerdotes, también desnudos, se quedaban junto a él para sostener sus ofrendas a Dios. Una vez en el centro de la laguna se alzaba un estandarte para dar inicio a un profundo silencio. El valioso cargamento de oro y piedras preciosas se arrojaba por la borda como ofrenda diseñada para restablecer la armonía del universo. Se izaba de nuevo el estandarte para indicar el fin del silencio, y entonces se oían las melodías de las gaitas y las flautas, las voces de los cantantes y los saltos de los bailarines procedentes de la orilla, dando la bienvenida al nuevo monarca.

El Museo Colombiano del Oro de Bogotá alberga la colección más importante del mundo de adornos de oro (unas treinta y cinco mil piezas). En medio del Salón de la Ofrenda del museo se expone su objeto más famoso: un modelo en oro de la balsa muisca, brillante y luciendo todos sus detalles.

En 1542, el conquistador Francisco de Orellana dirigió una expedición con Gonzalo Pizarro para descubrir la supuesta ciudad de oro, El Dorado. Incluso el pavimento de la ciudad estaba hecho con tan preciado metal. La expedición descendió por el rio Negro y Orellana aseguró haber conocido a una extraordinaria civilización, con granjas bien administradas y ciudades amuralladas. La historia de Orellana fascinó a España y se enviaron nuevas expediciones, aunque no se encontró rastro alguno de esa ciudad secreta de oro.

LA CIUDAD DORADA DE MANOA



La verdad rara vez se interpone en una buena historia, y la ubicación de El Dorado se trasladó a la que sir Walter Raleigh describió como <<la gran y dorada ciudad de Manoa, a la que los españoles llaman El Dorado>>. Él creía que estaba situada en las tierras altas del <<gran y hermoso imperio de la Guyana>>, y recaló <<en un lago de agua salada de doscientas leguas de extensión>>. Se enviaron varias expediciones a Guyana con la esperanza de descubrir oro. Una de ellas, dirigida por Don Pedro Malaver da Silva en 1530, terminó con la muerte de toda la tripulación a manos de los caribes, a excepción de Juan Martínez. Al parecer, el superviviente alteró la versión de los hechos, pero al menos en una de esas versiones Martínez vivía con los caribes en una ciudad en la que las casas estaban hechas de oro y pidras preciosas a orillas del lago Parima, situado en Rapunini. La ciudad se llamaba Manoa.

Después de lo que se describió como varios meses o diez años, obtuvo permiso para marchar, cargado de valiosos regalos y con la ayuda de unos guías que lo condujeron hasta el río Orinoco. Según cuenta, al llegar fue asaltado y robado. A pesar de que resultó herido, pudo llegar a la isla de Margarita, cerca de la costa venezolana. Los monjes a quienes les contó su historia le creyeron. Manoa y el mítico El Dorado guardaban una estrecha relación y el relato se difundió como la polvora.

Sir Walter Raleigh, quien fuera el cortesano favorito de la reina Isabel I de Inglaterra durante seis años (no fue esta la más inteligente de sus maniobras), se enfrentó al conde de Essex por el favor de la reina. Raleigh traicionó el afecto de su soberana al mantener una relación sentimental con una de sus damas de compañía, Elizabeth Throckmorton, aunque él se redimió (al menos a ojos de la sociedad) al casarse con la dama en cuestión. Como otros muchos que ofendieron a Isabel, tras un ataque de celos de la reina fue encerrado en la Torre de Londres, donde se vió obligado a corregir sus pasiones y sus impulsos.

Al final fue liberado, y después de varias travesías navales en 1595 planeó una expedición a Guyana, Sudamérica, en vez de navegar por el río Orinoco y atravesar el nuevo imperio español, convencido de que el esquivo oro de El Dorado estaba oculto en ese lugar. Dado que Raleigh también describió las rarezas de una tribu de hombres sin cabeza, cabría pensar que nos estaba engañando. Pero no. El reputado cartógrafo Jodocus Hondius incluyó El Dorado en su mapa de Sudamérica publicado en Holanda en 1598, y allí permaneció hasta principios del siglo XIX.


En otro ejemplo de humor negro, otro conquistador español, don Antonio de Berreo, se enfrascó en la búsqueda de El Dorado de Raleigh. Don Antonio se casó cumplido los cincuenta años con una dama mucho más jóven que él, Margarita, la hija y heredera del rico conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada, y mediante su herencia pasó a ser un hombre inmensamente rico. A cambio de concederle la mano a su hija, Gonzalo le hizo jurar que continuaría la búsqueda de El Dorado, a la que él mismo se había entregado durante años. Le pidió a Berreo que no cejara en el empeño <<hasta que se le agotaran las fuerzas y la vida>>, Berreo le confesaría a sir Walter Raleigh que se había gastado trescientos mil ducados en cumplir los deseos de su suegro. No hay razón para suponer que Berreo estaba dispuesto a someterse a los deseos de su suegro, aunque escribió: <<Consideré que no era ese el momento para descansar>>.

Berreo fundó una colonia en Trinidad con la intención de que fuera puerto de salida hacia Guyana y El Dorado, al que tenía previsto llegar por el río Orinoco. Hizo tres viajes por el Orinoco en busca del esquivo El Dorado. Sus fuerzas expedicionarias incluían a cientos de soldados, sin contar a los mozos de carga y los caballos. En cada viaje morían muchos hombres y su fortuna menguaba. En 1584 decidió establecerse como primer gobernador de Trinidad, viviendo en San José, ciudad de nuevo cuño que había sido fundada por su lugarteniente Domingo de Vera. Juntos organizaron otra búsqueda de El Dorado.

Antes de desembarcar en Guyana, Raleigh se detuvo en Trinidad y sus hombres prendieron fuego a San José, llevándose consigo a Berreo y a su segundo al mando, el anciano capitán portugués Alvaro Jorge, sus rivales en la búsqueda de El Dorado. Raleigh alegó que sus acciones estaban justificadas por el trato cruel de Berreo hacia los indios y la traición a algunos de los miembros de la tripulación de Raleigh. Dejó la mayoría de sus barcos en Trinidad, en el puerto de Curiapán (Punta de Gallo), y recorrió 640 kilómetros por tierra y río hasta Guyana, liberando por fin a sus dos desgraciados y maltrechos prisioneros en Cumana, Venezuela, una vez lograron sonsacarles toda la información valiosa sobre El Dorado. Los desdichados lograron volver al Orinoco y navegaron desde su desembocadura hasta Trinidad.

Mientras tanto, Domingo de Vera había reclutado otra fuerza expedicionaria para que Berreo pudiera proseguir con su búsqueda de El Dorado. A tal fin reunió veintiocho embarcaciones y unas mil quinientas personas. Cuando los barcos de Vera llegaron a Trinidad, a Berreo ya no le quedaban fuerzas para vivir nuevas aventuras, de modo que Alvaro Jorge, que tenía casi ochenta años, asumió la comandancia de la travesía. Este último intento fue una estrategia a gran escala: las hambrunas, la barbarie y los ataques de los nativos marcaron a la expedición. Berreo perdió todas sus riquezas y malgastó las dotes de su hija en busca de El Dorado, aunque hizo un comentario filosófico que pudo haber ahorrado sufrimiento y muchas vidas si él mismo se lo hubiera aplicado: <<Si tratas de acometer demasiado, terminarás no haciendo nada en absoluto>>. Murió en 1597 legando a su hijo Fernando su obsesión por El Dorado y con el sueño de resarcirse de los infortunios familiares. No aprendió nada de los consejos de su anciano padre.

Tras la desastrosa aventura por el orinoco, la estrella de Raleigh declinó cuando Isabel I murió y le sucedió Jacobo I en el trono. Raleigh fue acusado de traición al rey debido a unos absurdos rumores de que estaba colaborando con los españoles. Fue condenado a muerte, aunque luego fue absuelto y estuvo encarcelado durante doce años. Durante su cautiverio escribió Historia del mundo. Una vez liberado en 1616, como si fuera una polilla atraida hacia la luz de una vela, organizó otra expedición para encontrar El Dorado, prometiendo a Jacobo I que abriría una mina de oro sin causar un incidente con España.

La expedición resultó ser un desastre: Raleigh contrajo unas fiebres en Guyana, y su lugarteniente, Lawrence Keymis, quemó una colonia español en la ribera sur del Orinoco. Sin embargo, Jacobo I solo tuvo en cuenta que Raleigh volvió a Inglaterra sin el oro de El Dorado. Tal como era de esperar, el monarca reavivó la antigua acusación de traición, y esta vez no tuvo redención. Raleigh fue ejecutado en 1618.

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