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martes, 5 de agosto de 2014

· CALIFORNIA ·

CALIFORNIA: LA ISLA DE LAS AMAZONAS

Si Florida fue confundida por una isla y la imaginación desbordante de varios cartógrafos la situaron en algún lugar del sur de China, el caso de California sería aún peor. En 1510 se publicó una novela española de romances y caballerías, Las Sergas de Esplandíán. Basada en un original del portugués Vasco de Lobeira, titulado Esplandián, fue escrita por Garci Rodríguez Ordóñez de Montalvo y rebosaba emocionantes e insólitas aventuras. Describía una isla habitada por amazonas negras y situada en la costa oeste del Nuevo Mundo.


Se conoce que al flanco derecho de las Indias hay una isla llamada California, que queda muy cerca del Paraíso Terrenal y que está habitada por unas mujeres negras que viven sin hombres, como hacen las amazonas. Sus cuerpos son robustos, fuertes y de corazón apasionado, además de ser muy virtuosas. Su isla es una de las más salvajes del mundo, con agrestes peñascos y riscos. Llevan los brazos cubiertos de oro, al igual que los arneses de las bestias salvajes a las que montan después de domesticarlas. En la isla abundan el oro y las pidreas preciosas. No hay ningún otro metal en la isla.


Esta isla mágica estaba regida por la diosa reina Califia, que también comandaba un destacamento militar de quinientos grifos, terroríficas criaturas de gran envergadura, mitad águila, mitad león, adiestradas para mantener la isla libre de hombres. Califia fue descrita del siguiente modo:

[...] Una reina de majestuosas proporciones, más hermosa que todas las demás, y en la flor de su feminidad. Estaba ansiosa de acometer grandes logros. Era valerosa y en su corazón ardía la bravura, y además sentía la ambición de realizar las mismas nobles acciones que sus regios antecesores.

La combinación de esas hermosas amazonas morenas y el oro devino una conjunción irresistible para los exploradores españoles de Nueva España (México). Resulta irónico que California, el centro de la factoría de los sueños del mundo, deba el nombre a una historia que bien podría haberse forjado en Hollywood. El libro, o al menos su contenido, debió de llamar la atención de Hernán Cortés, conquistador de infame reputación labrada por el brutal derrocamiento y destrucción del Imperio Azteca de México, y gobernador de Nueva España, quien en 1524 afirmo que esperaba encontrar la isla de las amazonas en la costa noroccidental de México. Al igual que Colón, que ya tenía una idea preconcebida de que las Antillas estaban junto a la costa de Cathay, la idea de una isla rebosante de amazonas incidió en las percepciones de los primeros exploradores sobre la realidad geográfica del litoral californiano.

Con esa cosmovisión que caracterizó a los hombres de su época, en nombre de Dios y España, Cortés financió expediciones al norte de Acapulco en la costa mexicana del Pacífico entre 1533 y 1535, y en 1536 dirigió un tercer viaje que lo llevó cerca de la actual La Paz, en las proximidades del extremo sur de la península de la Baja California de 1250 kilómetros de longitud, que se extiende por el sur en paralelo con el continente. Cortés fundó un breve asentamiento allí y creyó, al menos durante un tiempo, que la península era una isla a la que llamó California. Este nombre se aplicaría algún día a una extensión de tierra mucho más extensa que incluiría la mayor parte de lo que los españoles dieron en llamar Alta California. Curiosamente, Cortés fue solo el segundo explorador español después de Ponce de León en nombrar un estado norteamericano.

Las expediciones posteriores parecieron demostrar de forma concluyente que la "isla" de California era una península. En 1539, y siguiendo las instrucciones de Cortés, el navegante Francisco de Ullóa fue enviado a recorrer el litoral y el golfo de la Baja California. Llamó a esas aguas del golfo "mar de Cortés", una denominación que hoy en día aún se sigue empleando. En el extremo septentrional del golfo alcanzó la desembocadura del río Colorado y no pudo hallar otro paso marítimo, lo cual parecía demostrar sin asomo de dudas que la Baja California no era una isla, y que el golfo no era el tan esperado Paso del Noroeste hacia Oriente, conocido por los españoles como el estrecho de Anián.

Pero no hay mal que por bien no venga. La historia de la isla de California adquirió un renovado interés gracias a la afirmación, absolutamente ficticia de Juan de Fuca, de que había descubierto el ansiado Paso al Noroeste. Fuca, un navegante griego que viajaba en un barco de bandera española (y un nombre español, pues su verdadero nombre era Apostolo Valerianos), navegó hasta la costa occidental de México y puso rumbo a la isla de Vancouver atravesando el estrecho que ahora lleva su nombre. Después dijo haber descubierto la ruta a Cathay.

Otras informaciones erróneas parecen confirmar que California era una isla. Es el caso de las pronunciadas por Juan de Oñate, gobernador de Nueva España, quién en 1604-1605 dirigió una expedición que descendió por el río Colorado. Estaba convencido de que el golfo de California continuaba por el norte y desembocaba en el mar, un hecho incuestionable de que California era una isla. El vehemente fraile carmelita Antonio de la Ascensión apoyaba la teoría de la isla. En 1602 navegó por la costa oeste de California con Sebastián Vizcaíno y en su diario de la travesía escribió que la "isla de California" estaba separada de la masa continental por "el mar Mediterráneo de California".

Otro religioso, el cartógrafo y misionero jesuíta Eusebio Francisco Kino, "el padre Kino", demostró de una vez por todas a quienes quisieran escucharle que la Baja California era en realidad una península. Las expediciones de Kino, emprendidas en parte para hallar rutas adecuadas por tierra entre las misiones fundadas en los territorios de Sonora y Baja (que antes estaban unidos) de Nueva España, también resolverían la cuestión de la isla de California, que tanto le había intrigado antes de abandonar Europa. Entre 1698 y 1706 sus expediciones de Sonora en California le llevaron a explorar los ríos Gila y Colorado, que desembocaban en el golfo de California.

Kino estaba convencido de que había resuelto el debate y demostrado sin duda alguna que California no era una isla. Su mapa se imprimió en París en 1705, y la mayoría de los jesuítas se mostraron de acuerdo con sus hallazgos, aunque al menos uno de sus acompañantes en las expediciones no creía en la teoría de la península. Otros exploradores misionarios jesuítas de la religión solventaron la cuestión durante el siglo XVIII, más de doscientos años después de que Francisco de Ullóa resolviera el gran debate.

Los mapas de América del Norte trazados por los cartógrafos Mercator y Ortelio demostraban correctamente lo que ahora se conoce como península de la Baja California. Pero la leyenda de la isla de las Amazonas y las continuas dudas acerca de la teoría de la península incidieron en la labor de los cartógrafos hasta bien entrado el siglo XVIII. Un mapa de 1622 trazado por Michael Colijn, de Amsterdan, en el que aparece la isla de California, fue el primero en reestablecer la condición de la isla a la Baja California... aunque no fue en absoluto el último.

El famoso mapa ornamental de John Speed, publicado en Londres en 1627 en su Vista panorámica de las partes más famosas del mundo, fue tal vez el más eficaz en hacer hincapié en la idea de que California era una isla, y eso lo convirtió en el mapa más famoso de las Américas. En él representaba con cierta precisión Centroamérica y América del Sur, así como la costa oriental de Norteamérica, incluídas las bahías de Chesapeake, Delaware y Hubson. Unos encantadores monstruos marinos, barcos y peces voladores adornan los océanos Atlántico y Pacífico. No obstante, sigue siendo recordado por el grave error sobre Baja California. El mapa de Jan Jansson de 1636, América Septentrionalis, fue el primero trazado por un influyente cartógrafo holandés en mostrar la isla de California.

La isla de California sigue siendo tal vez el mayor error cartográfico de la historia, aunque para ser sinceros existen varias pifias que se disputan este título. Tal vez, después de otro millón de años de actividad tectónica, los teóricos que favorecieron la hipótesis de la isla estarán en lo cierto cuando la Baja Península quede totalmente aislada de la costa.

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